jueves, 20 de noviembre de 2008

San Pablo, ¿apóstol de la globalización?

Hablar de globalización es permanente, reiterado, a veces, insoportable. El mundo entero ha sido integrado en la filosofía del Mercado, aunque cada vez son más los excluidos. La Historia ha terminado según la concepción de Fukuyama, porque se ha llegado al punto máximo de la evolución, el imperio del capitalismo, del que supuestamente va a derramarse hacia abajo algo de todo lo acumulado. Parecería que por voluntad política y sobre todo económica de los países desarrollados, el tiempo dejara de fluir y el hombre, cuya vida es tiempo, estuviera imposibilitado de intentar otros proyectos, de hacer Historia y participar en la construcción del Reino, de ser sujetos de la historia. En estos días, los medios nos van mostrando el fracaso del sistema.

San Pablo, siempre vigente y actual, nos ofrece motivos de reflexión y nos mueve a la acción.

La globalización puede ser no sólo económica. Y Pablo es un claro ejemplo de globalización evangélica porque su actividad misionera se desarrolló dentro de los límites del imperio romano, todo el mundo conocido en la época. Su orientación va de Oriente a Occidente, pasando por Antioquía, Asia Menor, Grecia, hasta llegar a la misma Roma (capital del imperio).

Pablo, judío de formación farisea, nacido en ciudad griega y ciudadano romano, “un hombre privilegiado” al decir de Romano Guardini. Convertido al cristianismo, siente el llamado a evangelizar a todo el universo conocido, si bien el llamado a la universalidad proviene de Dios mismo y él sabe captarlo.

Sale a predicar y va cambiando el contenido de su predicación según las características y necesidades de sus receptores. La Teología se elabora a partir de la Pastoral, en un trabajo de inculturación o encarnación, para ser más exactos.

Centraliza su mensaje en pequeñas comunidades para que desde allí se difunda.

De gran preparación y convicción firme, es viajero y comunicador, adaptando el mensaje a sus receptores. Trabaja en colaboración con hombres y mujeres que fundan comunidades o son enviados. Así surgen diferentes vocaciones según los carismas recibidos.

La tarea es muy grande y extensa. Pablo es como un obispo itinerante con gran autoridad pero sin poder jerárquico (Hech. 13, 13).

Tiene que luchar contra los judíos que no aceptan la Resurrección ni la idea de una salvación universal. Ante su rechazo, dirige su predicación a los paganos. Se va formando una Iglesia heterodoxa, sin temor a las diferencias, buscando “la unidad en la diversidad” (Rom. 12, 4-5).

Los laicos van generando la Iglesia al cumplir el envío y trabajar por el Señor.

Hacen presente el Evangelio en el mundo, mediante la coherencia entre lo que predican y lo que viven (Hech. 2, 44; 4, 32). Se respetan y complementan los carismas y ministerios.

El cristiano vive lo que anuncia y anuncia lo que vive. Se percibe la alegría, la oración, la sencillez, la fraternidad, reflejo de la Unidad y del Amor de Dios. Es signo de credibilidad para los otros, mostrando que en la Iglesia también se cumplen las Escrituras y la esperanza de un mundo nuevo.

Pablo es un precursor del Ecumenismo (la tierra habitada).

Su llamado a una sola fe y a un solo Dios (Ef. 4, 4-6) parece hoy más vigente que nunca, llevando la idea de la globalización al mundo de la fe y de la esperanza en un universo (¿pluriverso?) mejor para todos. Un solo mundo con un solo Padre, donde no haya más judíos ni griegos, ni ricos ni pobres, ni hombres ni mujeres, sino una sola humanidad que transparente la Unidad de Dios. Un desafío para acelerar el Reino con nuestra acción, compromiso y oración: Trabajar por la unidad de un solo rebaño y un solo Pastor, para que todos seamos uno como Cristo y el Padre lo son (Jn. 17, 11. 22).

Dora Giannoni
2008. Año de San Pablo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el haber considerado a Pablo, como Apostol de la globalizacion evandelica.

ETELVINA