Una vez alcanzada la cima gloriosa, Pablo se siente embargado de admiración y llena plenamente sus pulmones con la brisa embriagadora del más allá. Canta su esperanza. Grita el amor de Dios. Desafía los obstáculos e invita a las potencias enemigas a ver si son capaces de arrancarla de ese amor. Himno desconcertante que nos ofrece la última palabra de la fe de Pablo. ¿Qué es un cristiano? ¿De qué sirve la fe? Todo está aquí. Nos sentimos invitados a ser los testigos privilegiados de una trascendencia de amor manifestada por el Padre en el Hijo con el Espíritu. Los testigos y los agraciados. “Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que él no nos lo regale todo?” (Rom. 8, 31-12).
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“¿Quién podrá privarnos de ese amor del mesías?” (Rom. 8, 35). Pablo enumera siete posibles obstáculos: las dificultades, las angustias, las persecuciones, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada. A lo largo de toda su vida, los seis primeros fueron compañeros asiduos de sus correrías misioneras. En cuanto a la espada, lo consagrará mártir de Cristo diez años más tarde, en aquella ciudad de Roma a la que dirige su manifiesto. ¡Qué reto tan admirable a todas las potencias coaligadas del universo! No hay nada que logre romper el amor. Es cierto que siempre le queda al hombre esa posibilidad trágica de rechazar el amor, pero Pablo, aquí como anteriormente (Rom. 8, 22-30), se sitúa en el punto de vista exclusivo de Dios. “Ninguna criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el mesías Jesús, señor nuestro” (Rom. 8, 39).
“¿Quién podrá privarnos de ese amor del mesías?” (Rom. 8, 35). Pablo enumera siete posibles obstáculos: las dificultades, las angustias, las persecuciones, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada. A lo largo de toda su vida, los seis primeros fueron compañeros asiduos de sus correrías misioneras. En cuanto a la espada, lo consagrará mártir de Cristo diez años más tarde, en aquella ciudad de Roma a la que dirige su manifiesto. ¡Qué reto tan admirable a todas las potencias coaligadas del universo! No hay nada que logre romper el amor. Es cierto que siempre le queda al hombre esa posibilidad trágica de rechazar el amor, pero Pablo, aquí como anteriormente (Rom. 8, 22-30), se sitúa en el punto de vista exclusivo de Dios. “Ninguna criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el mesías Jesús, señor nuestro” (Rom. 8, 39).
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De esta forma, tanto al comienzo como al final de la carta de Pablo se inscribe un nombre que pertenece a la historia: Jesús, que tiene la función de ser el mesías, el Cristo, el enviado del Padre, y que por la resurrección ha sido establecido señor nuestro. Si las tres personas divinas no dejan de ser el objeto de la experiencia cristiana vivida por san Pablo, vemos cómo Cristo resucitado es el que ilumina con el esplendor de su gloria todas las etapas de la historia de la salvación, desde la creación hasta la glorificación universal. Para Pablo, fiel al realismo de sus maestros palestinos, lo mismo que para toda la iglesia primitiva, Jesús resucitado recibió un “cuerpo espiritual”, no solamente en un sentido relacional que lo pondría en contacto con el universo, sino también en un sentido físico, en cuanto que los elementos materiales son sublimados por el Espíritu.
De esta forma, tanto al comienzo como al final de la carta de Pablo se inscribe un nombre que pertenece a la historia: Jesús, que tiene la función de ser el mesías, el Cristo, el enviado del Padre, y que por la resurrección ha sido establecido señor nuestro. Si las tres personas divinas no dejan de ser el objeto de la experiencia cristiana vivida por san Pablo, vemos cómo Cristo resucitado es el que ilumina con el esplendor de su gloria todas las etapas de la historia de la salvación, desde la creación hasta la glorificación universal. Para Pablo, fiel al realismo de sus maestros palestinos, lo mismo que para toda la iglesia primitiva, Jesús resucitado recibió un “cuerpo espiritual”, no solamente en un sentido relacional que lo pondría en contacto con el universo, sino también en un sentido físico, en cuanto que los elementos materiales son sublimados por el Espíritu.
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La salvación no consiste solamente en el encuentro con Cristo por la fe, sino también en la transfiguración de todo lo que Dios ha creado para su gloria en el amor.
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Amédée Brunot
Los escritos de san Pablo
Cartas a las jóvenes comunidades
Editorial Verbo Divino
La salvación no consiste solamente en el encuentro con Cristo por la fe, sino también en la transfiguración de todo lo que Dios ha creado para su gloria en el amor.
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Amédée Brunot
Los escritos de san Pablo
Cartas a las jóvenes comunidades
Editorial Verbo Divino
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