jueves, 5 de junio de 2008

Al Apóstol por excelencia

De acérrimo perseguidor
a apóstol del Evangelio;
en el camino a Damasco,
te encontraste con el Maestro,
y fue tu disponibilidad,
para todos un ejemplo.

Paladín de la libertad,
a Cristo abriste las puertas,
mostrándonos el Camino,
enseñándonos a amar;
muy tenaz al proclamar
el anuncio del Evangelio.

El Maestro te exigió,
un cambio de mentalidad:
De actitudes de agresión,
a gestos sencillos de paz.
El cambio fue tan audaz,
valiente, veraz y sincero,
que superaste a todos
en la difusión del Evangelio.

Nadie pudo aventajar,
tu amor al divino Maestro,
¡a quién amaste con pasión,
y diste tu vida por completo!

Un profundo grito surgió,
desde lo hondo del pecho.
¡Ay de mí, si no anunciara,
sino proclamara el Evangelio!
Fue el imperativo del amor,
lo que te impulsó desde adentro,
pues habías descubierto:
“La perla preciosa del Reino”.

“Ese tesoro escondido”,
del cual nos habla el Evangelio...
Y no lograbas contener,
el amor que ardía en tu pecho.
Resumiste toda la Ley
y también a los Profetas,
simplificándola en una frase,
genial, veraz, certera:

“¡Deberás amar a tu prójimo,
como si a ti mismo fuera!”
Porque sólo en el amor
se encuentra la vida plena.
La Vida que en su mensaje
nos ofrece Jesús Maestro;
que es el Camino, la Verdad,
la Vida real, y auténtica.

Hno. Santiago Enrique Kloster, ssp

economo@san-pablo.com.ar

1 comentario:

Rosalía López Briega dijo...

Hermoso poema y muy cierto lo que dice de San Pablo, nuestro modelo de misionero, apóstol del evangelio.