Es en Jerusalén donde Saulo aparece por primera vez en público, como un testigo de la lapidación de Esteban. Tras su muerte se desata la persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Saulo asume inmediatamente un papel muy activo en la lucha contra el grupo de los nazarenos, a los que, sin duda, consideraba como un peligro para la identidad e integridad del judaísmo. “Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel” (He 8,3).
Él mismo da cuenta de ello en la carta a los Gálatas: “Ya estáis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuan encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres” (Ga 1,13-14).
El mismo Pablo habrá de recordar muchas veces aquel celo que lo llevaba a perseguir a los seguidores de Jesús: 1 Co 15,9; Ga 1,13; Flp 3,6. Evidentemente, su fama se debió de extender muy pronto entre las pequeñas comunidades de nazarenos. Su solo nombre evocaba la persecución. Saulo parecía inflexible.
Hasta el día en el que cambió bruscamente el curso de su vida. O tal vez no se trató de un cambio tan brusco. Nadie cambia tan radicalmente en un instante. Seguramente el espíritu de Jesús venía transformando lentamente su corazón.
El relato de su conversión nos hace pensar que para Saulo fue determinante descubrir una triple identidad. El Dios que hablaba en la luz a los profetas se identificaba ahora con Jesús de Nazaret.
Es preciso leer el relato de aquel acontecimiento (He 9,1-30), que habría de ser tan importante para la historia del cristianismo. Como se puede observar, el relato parece articularse en tres partes, en las que se describen la conversión de Saulo, su encuentro con la comunidad y el inicio de su apostolado.
En la carta a los Gálatas, el mismo Saulo, ya conocido como Pablo, trazará en breves líneas un resumen de los movimientos que habrían de seguir a aquel momento decisivo de su vida (Ga 1,15-24).
Él mismo da cuenta de ello en la carta a los Gálatas: “Ya estáis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuan encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres” (Ga 1,13-14).
El mismo Pablo habrá de recordar muchas veces aquel celo que lo llevaba a perseguir a los seguidores de Jesús: 1 Co 15,9; Ga 1,13; Flp 3,6. Evidentemente, su fama se debió de extender muy pronto entre las pequeñas comunidades de nazarenos. Su solo nombre evocaba la persecución. Saulo parecía inflexible.
Hasta el día en el que cambió bruscamente el curso de su vida. O tal vez no se trató de un cambio tan brusco. Nadie cambia tan radicalmente en un instante. Seguramente el espíritu de Jesús venía transformando lentamente su corazón.
El relato de su conversión nos hace pensar que para Saulo fue determinante descubrir una triple identidad. El Dios que hablaba en la luz a los profetas se identificaba ahora con Jesús de Nazaret.
Es preciso leer el relato de aquel acontecimiento (He 9,1-30), que habría de ser tan importante para la historia del cristianismo. Como se puede observar, el relato parece articularse en tres partes, en las que se describen la conversión de Saulo, su encuentro con la comunidad y el inicio de su apostolado.
En la carta a los Gálatas, el mismo Saulo, ya conocido como Pablo, trazará en breves líneas un resumen de los movimientos que habrían de seguir a aquel momento decisivo de su vida (Ga 1,15-24).
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